Teresa
y el oso (cuento sinfónico)
(Volumen IV)
Para la
grabación del cuento sinfónico Teresa y el Oso de Johann
Sebastian Mastropiero, Les Luthiers contrataron a 61 personas: 60
profesores de orquesta y uno de zoología. La limitada capacidad
del estudio de grabación condicionó interesantes soluciones de
espacio: un flautista delgado dentro de una tuba, el platillista
como abrazado a un fagot, una oboísta a babuchas del timbalista,
siete violines en el vestíbulo, los cuatro cornos desde sus
casas por teléfono y la arpista en el bar de enfrente, lo que
obligó a llevar su micrófono hasta allí y a pagarle un café
con leche.
Salvo la princesa Teresa, que se identifica con el quinteto de
cuerdas de la sinfónica, los otros personajes de Teresa y el oso
están representados por instrumentos informales ejecutados por
Les Luthiers.
En orden de aparición:
Pajarillo
Amarillo: Tubófono Silicónico Cromático
Jabalí Alí: Alt-pipe a vara
Molusco Pardusco: Gom-horn da testa
Mariposa Golosa: Dactilófono
Oso Libidinoso: Glamocot
Bruja Granuja: Glisófono Pneumático
Tres Gansos Mansos: Kazoos
Bajos Instintos: Bass-pipe a vara
Vaca Resaca: Yerbomatofono d'amore
Aquella, habría sido una tranquila mañana de otoño en el bosque, una mañana de otoño común y corriente, si no fuera que ya eran las cuatro de la tarde y estaban en verano.
Todos los animales habían sido citados por la princesa Teresa en un claro del bosque para averiguar cual de ellos era su prometido, el duque Sigfrido el Erguido.
El duque, había sido hechizado por la bruja Granuja, que no sólo lo había transformado en algún animal del bosque, sino que además, le había quitado la memoria.
El
pajarillo Amarillo, cantaba alegremente. El pajarillo decía:
Solo el amor de la princesa puede devolver la forma humana
al duque.
En ese momento, se presentó el jabalí Alí. El jabalí
preguntó: ¿Por lo de la princesa es
aquí?
Si, dijo el pajarillo Nos han citado a todos. A
propósito, ahí viene, arrastrándose, el molusco
Pardusco.
El molusco preguntó: He perdido mi
caparazón. ¿No lo vieron?
En ese momento, apareció volando la mariposa Golosa. ¡Socorro!,
se quejaba la mariposa, ¡Me persigue
el oso Libidinoso!, y apareció
corriendo tras ella, el oso Libidinoso.
El oso, perseguía a la mariposa ofreciéndole una margarita y
recitándole un poema que decía: ¡Sublime
éxtasis de amor, mariposa, que acelera mis latidos, vayamos,
vayamos, vayamos, vayamos, vayamos pronto!.
El molusco se interpuso. El oso bramó: ¿Y
tú que quieres, despreciable molusco?
¿No vio mi caparazón?
El instante fue aprovechado por la mariposa Golosa, que se
escondió ayudada por el pajarillo Amarillo.
Hacía ya tres lunas que la bruja había hechizado al duque. La hermosa princesa Teresa deambulaba en su búsqueda, lamentándose de su suerte. La acompañaban en silencio sus fieles gansos Mansos.
El
pajarillo anunció: ¡Ya llega la
princesa! ¡Que triste está!, y
apareció la princesa.
Entonces, apareció la bruja Granuja. La bruja se burlaba: ¡Nunca
sabrás en que animal he convertido al duque! ¡Ni siquiera él
recuerda nada, ja ja ja!
La princesa clamaba: ¿Dónde estás, Sigfrido, Sigfrido? ¿Qué clase de animal eres?
Los gansos
consolaban a la princesa:
¡Tranquilízate!, dijo el
gansito pequeño, Ten calma, agregó la gansa
robusta, Todo irá bien, dijo el ganso viejo.
¿No vio mi caparazón?
De pronto,
la gansa robusta lanzó un grito de indignación, le dio una
tremenda bofetada a un cuarto ganso enorme que estaba a su lado y
salió corriendo. El ganso enorme no era otro que... ¡el oso
libidinoso disfrazado!, que corría a la gansa ofreciéndole una
margarita al grito de ¡Sublime
éxtasis de amor, gansita, vayamos, vayamos pronto!
Los gansos fueron en ayuda de la gansa robusta, y la princesa se
quedó sola.
No debo flaquear,
díjose la princesa, no debo flaquear,
debo encontrar al duque, pero en ese
momento, se hicieron oír los bajos instintos de la princesa: Olvida
al duque. Recuerda los abrazos de aquel fornido palafrenero de
palacio. Pero debo cumplir con mi deber.
¿Y si algo falla y el hechizo de rompe sólo a medias? El
duque podría quedar medio animal... Bueno, en eso es
igual el palafrenero...
Mientras
esto sucedía en el bosque, veamos que pasaba en una pacífica
granja cercana.
El granjero, silbando distraídamente, ordeñaba a la vaca
Resaca. La vaca rumiaba sus pensamientos... y otras flores que
había comido esa mañana. ¡Que
extraño!, pensaba la vaca Resaca, es
la primera vez que me ordeña de tarde... y
miró al granjero. Resaca lanzó un mugido y salió corriendo. El
granjero no era otro que... ¡el oso Libidinoso disfrazado!,
quien comenzó a perseguirla ofreciéndole una margarita al grito
de ¡Sublime éxtasis de amor, vaquita, vayamos, vayamos
pronto!.
En el bosque, la princesa, ayudada por los gansos Mansos, se había interrogado a casi todos los animales, pero no había logrado averiguar cual de ellos era el duque. Una triste desazón invadió a la princesa.
De pronto, los gansos, viendo llegar al pajarillo y a la mariposa, bramaron: Ustedes dos, ¿qué hacían la noche en que el duque fue hechizado?. Nada, nada. ¡Confiesen!, (marcha nupcial)y bien, si, pero nos vamos a casar. Un fracaso más. Otra triste desazón invadió a la princesa.
Teresa, alzó sus bellos ojos, como implorando ayuda a los que la rodeaban. Hasta que su mirada se cruzó con la del jabalí Alí. ¡Miren!, ¡Si, si, no hay duda!, dijo la princesa, ¡el jabalí tiene la misma mirada que el duque!. El jabalí, con sombría voz declaró: Es que yo no soy un jabalí. ¡Oh!. ¡Yo soy... ¡. ¡Él es... !. Un duque hechizado. ¡El duque Sigfrido!. No, el duque de Mantua. ¿Y que haces aquí?, preguntó sorprendida la princesa. ¡Me echaron de Rigoletto!. La última posibilidad había fracasado. Otra triste desazón más invadió a la princesa.
De pronto,
de la espesura surgió el oso Libidinoso y exclamó:
¡Aguarde! ¡Al ver a Teresa recuperé la memoria! ¡Ahora
entiendo la causa de mi vergonzoso desenfreno! ¡He sido víctima
de un hechizo cruel! ¡Gracias, amor mío, por venir a salvarme!
¡Yo soy el duque Sigfrido!. Dicho
esto, el oso arrancó una margarita, y viendo la alegría en el
rostro de la princesa Teresa, se dirigió a su encuentro
triunfalmente. El oso le ofreció la margarita a la princesa,
pero en ese momento, la bruja Granuja se interpuso, y con aire
trágico gritó: ¡Tú no eres el
duque, farsante! No puedo soportar este atropello. ¡Yo no sirvo
para bruja! Lo hago para complacer a mi familia. El duque
Sigfrido es el molusco, y la bruja se
fue llorando, mientras el oso, conmovido, corría tras ella,
ofreciéndole la margarita.
Todos felicitaron al molusco, quien avanzó hacia la princesa
lentamente, como un duque. Mientras el molusco agradecía los
aplausos, Teresa lo tomó con amor, y lo depositó suavemente
sobre la palma de su mano. Y ante el asombro y el esfuerzo de
Teresa, el molusco se fue transformando en un joven esbelto y
hermoso: El duque Sigfrido.
Allí están Sigfrido y Teresa, con los corazones entrelazados, mirándose a las manos y con los ojos latiendo al unísono. Y ya inician su triunfal regreso al palacio. Los animales los escoltan en eufórico cortejo.
Todos bailan alegremente. Y allá van, encabezando el cortejo, el duque, la princesa, y su flamante dama de compañía que no es otra que... disfrazado, el oso Libidinoso.